Pero el primer impulso verdaderamente importante que se dio a las ciencias y a la filosofía fue patrocinado por el culto califa al-Maªmûn (813-833). Al-Maªmûn (المـَعـْموُن) hizo lo que hoy llamaríamos crear un nuevo ministerio: instituyó en Bagdâd en el 830 la llamada "Casa de la Sabiduría" (بـَيْتُ الحِكـْمـَة / baytu l-hikmaä), biblioteca científico-filosófica y centro de reunión de eruditos y lugar de enseñanza y estudio; la filosofía y las ciencias deben ser dirigidas al entendimiento de la naturaleza y de sus leyes y fuerzas, y deben ser usadas para beneficio del hombre. Este planteamiento alejaba a los teólogos y a la inspiración divina de estas disciplinas, y abría un inmenso camino al progreso cultural y científico en los próximos siglos. Y para imponer la nueva forma de pensar, Al-Maªmûn fuerza una inquisición contra los ulemas para imponer el dogma de los muªtazilíes (razonadores, que negaban que el Corán fuese un libro increado y defendían el libre albedrío), convirtiendo esta corriente en la ortodoxa. Fundó dos observatorios, el primero en Bagdâd y el segundo en Damasco (دِـمَـشْـق / Dimashq).
El primer director de esta Casa de la Sabiduría fue al-Jwârizmî (الخـْوـَارِـزْمـِي). Los manantiales de sabiduría de los que bebieron los musulmanes fueron múltiples, aunque los más importantes fueron la India y el Cercano y Medio Oriente (éstos mediante contacto directo), además de las obras antiguas griegas, latinas e incluso chinas, que fue necesario traducir al árabe, la nueva lengua que rescatará la antigua ciencia olvidada. Por suerte durante los siglos anteriores se había llevado a cabo una labor de conservación, y Bizancio -el Imperio Romano de Oriente- había reunido y compilado las obras clásicas más importantes, a lo que hay que sumar que los musulmanes contaban con la Biblioteca de Alejandría, de la que extraerían pacientemente todo el elixir de la ciencia perdida, con ayuda de los sabios de los territorios dominados, que unas veces voluntariamente y colaborando, y otras veces a la fuerza, les darían todos los conocimientos y las claves que precisaban para convertirse en la élite cultural y científica del mundo.
Los filósofos árabes estudian las traducciones de los manuscritos antiguos realizadas por judios y cristianos convertidos, y las someten a concienzudas exégesis y confrontaciones con los textos coránicos, aunque sólo son admitidos aquellos autores cuyos textos no son incompatibles con las directrices del Corán. Muy pronto surgieron otras escuelas y centros creados a imagen y semejanza del de Bagdâd, por imitación de gobernantes y reyes de otros muchos lugares, y que reunían a sabios de diversas procedencias, amparados y costeados por los potentados, que gustaban de rodearse de poetas, músicos y sabios, y de ser aconsejados por ellos, y muchas veces ellos mismos cultivan estas materias. En ellas no sólo se traducen y revisan las obras antiguas, sino que se realizan observaciones y mediciones, se escriben nuevos tratados, y se hacen destacados descubrimientos, además de enseñar a nuevas generaciones de científicos que escribirían sus propios libros y llenarían las bibliotecas de sus benefactores.
Se produce un tráfico extraordinario de unas escuelas a otras, y de unos territorios a otros, y manuscritos y sabios viajan por el Imperio diseminando sus conocimientos. Allí donde el Islam llegaba, absorbía la ciencia que hallaba y la reelaboraba adaptándola a sus necesidades peculiares, para devolverla mejorada y aplicada a problemas concretos de la vida diaria, sin temor alguno a que este contacto con culturas y pensamientos heterogéneos pudiera perjudicarle.
Hubo lugares de estudio en Bagdâd, en Jurasân y Transoxiana, en Ba.sraä, Madhiya, Alejandría, Gundisapur, Azerbaiyan, El Cairo, Estambul, Samarcanda, Delhi, I.sfahân, Córdoba, etc, y esto hizo que el conocimiento de la filosofía y las ciencias avanzarán a pasos agigantados entre los árabes, mientras que los europeos, asolados durante varios siglos por las razzias de los bárbaros, habían estado olvidando a marchas forzadas la poca ciencia que tenían, azotados por una vida dura y una carencia de maestros y de manuscritos; y sin olvidar que la cultura del Imperio Romano no se caracterizó precisamente por su preocupación por la filosófia y las ciencias, que no las tenían propias debido a su pragmatismo; y sin olvidar tampoco la influencia negativa e involucionista del cristianismo.
PRIMERA PARTE DEL ARTÍCULO: ORÍGENES DE LA CIENCIA MUSULMANA