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Origen, función, naturaleza y materiales del mito





Epigrafías e inscripciones latinas, griegas, etc.

El recto entendimiento del contenido del diccionario necesita ciertas claves sin las cuales los profanos no entenderían algunos de los factores que conforman e influyen en el vasto legado de la mitología clásica. Aquí expongo las claves básicas.

Otro problema de los mitos es la gran cantidad de variaciones que se encuentran sobre un mismo episodio o historia. Hay muchas causas que lo motivan, pero las principales son dos. Por un lado hay que considerar que los rapsodas o aedos, los antiguos poetas y declamadores profesionales que narraban o cantaban los mitos, sólo contaban con el conocimiento que tenían de los mismos y de su memoria, pues la transmisión era oral. Además tenían libertad absoluta para improvisar sus relatos o adaptarlos a la métrica poética que usasen, inspirados por las musas con mayor o menor fortuna. Y como no, cualquier mortal podía transmitir los mitos, sin el más mínimo conocimiento de la tradición ancestral que al menos se le suponía a los profesionales, con las consecuencias lógicas que se derivan de ello.

La otra causa que influía poderosamente en la transformación de los relatos míticos era la alteración dirigida, intencionada e interesada del mito hacia un fin particular. Es decir, ciertos clanes, reyes, castas sacerdotales, etc., cambiaban las historias para que tal o cual descendiente suyo fuese el protagonista de cierto episodio mitológico, que como resulta que era hijo de cierta divinidad, pues así conseguían ascendencia divina o se legitimaban para sus propósitos. Era comprensible y habitual también que los habitantes de cualquier población intentaran afirmar que su ciudad o territorio había sido el escenario de algún significativo hecho divino o fantástico que les diese fama, mostrando incluso reliquias o pruebas de dicho acontecimiento. Y si para ello había que cambiar una tradición, pues no pasaba nada.

La consecuencia de eso es la diversidad de protagonistas, escenarios, formas en que los hechos sucedieron, etc., que puede tener un episodio mitológico dado, y que muchas veces lo hace incluso incoherente. Pero que no cunda la desesperación, porque por suerte el mitólogo o mitógrafo que quiera ser fiel a la tradición más genuina cuenta con una serie de autores y de versiones que son las mayormente admitidas, y que impiden desviarse demasiado de la realidad mítica, al menos en los principales capítulos.

Quiero, por último, dar unos apuntes para los que crean (erróneamente) que la mitología era la religión de lo antiguos helenos (griegos). Pues no. Para que algo sea una religión necesita tener forzosamente un dogma (grupo de creencias inmutables) y un culto (ritos y prácticas igualmente bien determinados e invariables). Tanto del mantenimiento del primero como del ejercicio del segundo suelen encargarse unas personas especialmente formadas para ello, llamadas sacerdotes o sacerdotisas. Pues bien, nunca existió esto en la antigua Hélade (Grecia) ni hubo una religión estatal o imperial, y las castas sacerdotales fueron muy pocas y restringidas a ciertos templos o dioses. Los oficiantes -no deberíamos llamarlos sacerdotes- eran ciudadanos normales y corrientes, elegidos temporalmente, igual que el resto de magistrados. Para los sacrificios solían elegir a cocineros o matarifes, por su cualificación profesional. Y el protagonismo de las grandes celebraciones públicas estaba reservado a los cantos, las danzas, el teatro, la poesía, los concursos de belleza, las carreras de carros, pruebas hípicas, gimnásticas y atléticas, etc., mucho más que a rendir culto a las divinidades.


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